La marcha del "humanismo mexicano" - Imperio Noticias

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La marcha del "humanismo mexicano"

Llegar a la plaza mayor le tomó a más de cinco horas, y tan solo ingresar al templete desde el que pronunció su discurso, casi media hora más. 

La marcha del

Por supuesto que hubo miles que llegaron por su propio pie o "acarreados por su conciencia", como dijeron muchos en  pancartas y mantas.

Y también, desde luego, hubo miles que llegaron en camiones y combis, lista de asistencia de por medio, incluso con la misión de hacer presentes a sus gobernadores o diputados.

 "Se ve, se siente, Barbosa está presente" o "Puebla, presente, en la lucha combatiente".

El escenario y, sobre todo los reflectores mediáticos, se prestaron desde muy temprano para toda clase de anuncios y promociones.

"Noroña Presidente" corea una pequeña pero ruidosa turba.

"Yo no vine a apoyar a ese señor", contesta, molesta,  una mujer: "que no se aprovechen, no vinimos a eso".

A las 9 de la mañana, en el centro neurálgico de la masa, aparece un Adán Augusto Santiago sudoroso, le ha costado mucho trabajo desplazarse hasta ahí, enfrente del Hotel Sheraton.

El secretario de Gobernación parece por momentos preocupado, la presión humana es enorme y eso que no ha llegado aún el Presidente.

A unos metros de él, Marcelo Ebrard también padece, sonriendo de forma poco convincente, "el baño de pueblo".

Menos asediado por la multitud y los medios, el subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, se coloca adelante; luce más relajado, como haciendo valer sus años de experiencia militante en toda clase de causas que salieron a tomar la calle en otras épocas.

  Esto de marchar no es cualquier cosa.

Muchos diputados y senadores creyeron que sería fácil tomarse la selfie, pero acaban de descubrir, entre pisotones y empujones, que la masa convocada no admite mayores controles ni disciplina.

De pronto, una ola mucho más compacta penetra en medio de este torbellino humano: es Andrés Manuel López Obrador y un férreo séquito de personal de seguridad que le abre paso.

De inmediato, el reacomodo se resiente y hay gente que teme que se produzca incluso una estampida.

Los gritos llamando al orden o indicando que se debe avanzar no encuentran eco en prácticamemte nadie.

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Adán Augusto Santiago y Claudia Sheinbaum intentan flanquear al Presidente y la masa comienza a moverse  con mucha lentitud hacia el Zócalo.

La prensa se pone delante del contingente que no llega nunca a cobrar forma.

Entre el Monumento a la Independencia y el Zócalo hay poco más de cinco kilómetros, pero el trayecto será más que tortuoso y lerdo: llegar a la plaza mayor le tomará a AMLO más de cinco horas, y tan solo ingresar al templete desde el que pronunciará su discurso, casi media hora más.

 La fascinación de los marchistas por López Obrador es evidente.

Todo mundo quiere verlo y, si es posible, tocarlo; su popularidad no admite medias tintas: en estas calles del centro se erige absoluta.

Cuando comienza su discurso, miles siguen intentando entrar al Zócalo.

Un hombre, en la calle de 16 de septiembre,  le advierte a una señora: "está imposible, no se puede pasar".

Pero eso no la arredra: "No importa --grita--, es la única vez en toda nuestra vida que nos va a tocar ver esto".

Y se pierde entre la multitud.

López Obrador llega renovado al estrado.

No luce cansado, si acaso despeinado; la marcha parece haberle inyectado esa energía que ansían mostrar todos los políticos ante el mundo entero.

Sabe que es su marcha, la apoteósica exhibición de músculo popular; sin embargo, sigue en primer lugar el formato de un mandatario que va a rendir cuentas.

Y empieza el alud de cifras y promesas: el 85 por ciento de los hogares recibe la ayuda de al menos un programa social; el salario mínimo, cómo no, seguirá subiendo, propone un 20 por ciento de incremento.

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Se está construyendo, dice, "la obra ferroviaria más grande en el mundo.

Son mil 554 kilómetros.

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" Uno de sus seguidores, maravillado,  repite en voz alta, a sus familiares: "en el mundo, fíjense bien, en el mundo.

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"Luego se verá qué rigurosos y ciertos son los logros que manifiesta, pero venciendo la tentación castrista de los discursos interminables, se acerca --ya va a llover-- a un gran final en el que dará respuesta a la interrogante que él mismo se planteó hace apenas unos días: ¿Cómo llamar al modelo que viene impulsando su gobierno?.

Por lo visto, la denominada 4T requería de un nombre más cercano a los grandes conceptos que definieron centralmente a otros gobiernos.

Necesitaba una definición que amparara su actuación de estos años no como un resultado (la Cuarta Transformación) sino como una fórmula.

Por eso finalizó su discurso con este tema:.

"La política es, entre otras cosas, pensamiento y acción, y aunque cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar cómo definir en el terreno teórico el modelo de gobierno que estamos aplicando; mi propuesta será o sería llamarle 'humanismo mexicano".

Frente a este bautismo conceptual, alguien entre sus seguidores reacciona con un ingenuo "suena bonito".

El presidente llega al final de su discurso.

Queda claro que, en lo sucesivo, seguiremos oyendo hablar, a diario, del "humanismo mexicano".

Cualquiera que sea su significado más profundo, es la gran noción que ha conseguido debutar en esta larguísima marcha.

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