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Privacidad de los resultados médicos

La gestión de los efectos derivados de la pandemia de coronavirus por parte de muchas autoridades ha puesto de manifiesto la fragilidad de un principio que, hasta hace poco, dábamos por asegurado.



La privacidad es una de las cuestiones sujetas en los últimos tiempos a mayor polémica. La gestión de los efectos derivados de la pandemia de coronavirus por parte de muchas autoridades ha puesto de manifiesto la fragilidad de un principio que, hasta hace poco, dábamos por asegurado. Se trata de un tema candente a nivel mundial, pero cuya repercusión en un continente como el europeo —y en nuestro país en particular–, en el que la privacidad se configura como un derecho esencial de nuestro ordenamiento y una prerrogativa muy valorada en nuestra cultura, es aún mayor si cabe.

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Privacidad de los resultados médicos



El cuestionamiento acerca de las posibles vulneraciones del derecho a la privacidad por parte de gobiernos, autoridades gubernamentales y agencias estatales ha tocado varios ámbitos, desde las comunicaciones hasta la geolocalización, pasando por la protección de datos sensibles. En su intento por mantener controlado al virus y minimizar su avance, los mandatarios han echado mano de diversos sistemas y herramientas (en su mayoría electrónicas) para rastrear el avance de los contagios y tratar de mantener aislados los casos que pudieran representar un riesgo al resto de la población. Para ello, han conseguido el acceso a determinada información personal y privada de la ciudadanía sin seguir siempre procedimientos claros y transparentes que permitan a los afectados conocer las consecuencias de dicho acceso y el uso que se le van a dar a sus datos.



En muchos casos hay que tener en cuenta que las posibles vulneraciones de la privacidad pueden no venir directamente de nuestros actos inmediatos, ya que con técnicas de Big Data es posible vincular datos en principio no relacionados a perfiles de usuario que en teoría son anónimos, de ahí la importancia del uso continuado de medidas para incrementar nuestra privacidad, como pueda ser comprar una VPN para nuestros dispositivos.

En palabras de Harold Li, vicepresidente de ExpressVPN, una compañía enfocada en la privacidad de sus usuarios: “Big data es una gran amenaza a la privacidad. Funciona recopilando enormes cantidades de datos, los usuarios deberían desconfiar de productos que prometen ser ‘inteligentes’ o ‘personalizados’. Con la cantidad suficiente de datos incluso aquellos datos que se suponen anonimizados pueden ser atribuidos a usuarios. Y aquí es dónde debemos empezar a preocuparnos por nuestra seguridad: ¿Cómo se puede proteger alguien ante tal cantidad de datos recopilados?”

- Las posibles vulneraciones en la privacidad en cuestiones como los resultados médicos son un caso paradigmático que pone de manifiesto de forma concreta la problemática de la que hablamos, por la reforzada protección y las estrictas normativas destinadas a regular los procesos de recopilación y utilización de datos tan sensibles como los que afectan a la salud de las personas. Algunas de las aplicaciones diseñadas para lidiar con la Covid19 tienen la capacidad de detectar cosas como que un determinado ciudadano haya acudido a un centro en el que se realizan pruebas de contagio y los resultados de sus pruebas; por no hablar de otras cuestiones como ubicaciones, contactos personales, movimientos, etc. No terminan de quedar claras las consecuencias que pueden tener dichas detecciones, ni el alcance de que tendrá la utilización de esa y otras informaciones de esta índole a las que tienen acceso los softwares diseñados para atajar la crisis sanitaria.

En un momento en el que el derecho a la privacidad parece haberse encogido en aras de aumentar la seguridad frente a rebrotes y contagios masivos, cabe plantearse las consecuencias que podría tener continuar menospreciando un derecho con una vinculación tan estrecha con otros derechos esenciales como la libertad, que tienen una posición preeminente dentro del funcionamiento del sistema democrático. Un estado o unas autoridades con la capacidad de conocer la información sensible de su ciudadanía y lo que hacen en cada momento, y con ello de poder controlarla a su antojo, es un estado temible. Y un estado en el que los ciudadanos temen a la autoridad es un lugar en el que la libertad brilla por su ausencia. No son pocas las novelas distópicas que se han escrito advirtiendo de este tipo de fenómenos (y si no, preguntemos a Orwell, Bradbury o a Huxley), pero tampoco son pocos los países en los que, ya a día de hoy, podemos ver las consecuencias de este tipo de dinámicas —acentuadas, por cierto, de manera abrupta a raíz de la irrupción de la pandemia—.

Todo ello hace necesario un debate profundo acerca de la manera de proteger la privacidad sin descuidar la seguridad. Un debate acerca de las maneras de proteger a los ciudadanos de usurpaciones no consentidas de información sensible y sobre las exigencias que debe cumplir cualquier autoridad gubernativa a la hora de extraer y utilizar dicha información. Un debate, al final y al cabo, sobre la manera de ser dueños de nuestros datos y de nuestra información privada. Sin él, será complicado armonizar el juego entre dos derechos —privacidad y seguridad– tan esenciales como complementarios, dos derechos que conviene proteger y salvaguardar si queremos salir de los retos que se plantean en el horizonte sin perder el terreno que llevamos generaciones conquistando.

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